domingo, 20 de marzo de 2016

No saben



Ellos no saben nada.
Les puedo asegurar que no lo saben.
No saben lo que la madre es capaz de enseñar, sin querer, mientras pone la mesa. 
No saben lo que anida en la sonrisa de los hijos, ni escuchan las palabras prohibidas que se dicen en su idioma. 
No entienden lo que el profesor escribe en la pizarra, ni el abismo de vida que se abre en los alumnos.
No saben que el silencio es remolino de certezas (ellos sólo escuchan silencio).
No imaginan las claves que se crean en el aire, en cualquier vereda. 
Ignoran lo que pasa de boca en boca, de mano en mano, de lágrima en sonrisa. 
El murmullo de las rondas de amigos, la electricidad que zigzaguea en las redes, los gestos cómplices.
No lo saben,
Y no quiero que lo sepan.
Por favor que nadie se los diga.
Quiero ver las caras de estos tipos, cuando llegue el momento.

viernes, 18 de marzo de 2016

Son palabras


Y nunca te olvides de que la avalancha de mentiras que a veces te envían y la necesidad de los decretos y los precios que se descontrolan (y los patrulleros que se descontrolan y matan en cualquier esquina) y también los pelotones que mandan marchar sobre tu cuerpo para que te retires en cinco minutos, y hasta las armas que te apuntan, en el fondo, se sostienen apenas sobre una delgada y sutil tela de palabras. 

jueves, 17 de marzo de 2016

Escándalos

¿Qué vende la televisión? Lo que vende no es información, ni entretenimiento ni falsa compañía. Por lo menos no es eso lo más importante. Antes que nada, la televisión vende “escándalos”. 

Como es, en el fondo, una máquina de atrapar miradas para después venderlas a los anunciantes, la televisión se ve forzada a gritar cada vez más, a correr sus límites cada día, a zapatear y bailar y desnudarse y hacer señas desesperadas para capturar espectadores. Cada día más, porque compiten con otros canales. Y cada día más, porque el espectador va subiendo su umbral de acostumbramiento a lo que ve y lo que oye. Lo que ayer escandalizaba hoy es moneda corriente. Así que hay que ir más allá. La presentación constante de escándalos es un factor inherente a la dinámica televisiva, del que solo se escapan, hasta ahora, los canales públicos separados de la lógica del mercado. 

Un “escándalo”, además, le permite a un canal mantener la programación por horas, días y hasta semanas alrededor de un mínimo elemento material (un video, una grabación de audio, una foto, una declaración, un secreto revelado, un chisme) más cuatro o cinco personas capaces de hablar sin ningún conocimiento sobre lo que se esté presentando. Deben tener, eso sí, la capacidad de escandalizarse y escandalizar. 

El “escándalo” es el reino de la evidencia: no necesita ni acepta explicación racional. Es algo que simplemente se muestra y debe aceptarse como es mostrado. Quien no se escandalice con lo que ve será quemado en la hoguera virtual, y así el escándalo arderá todavía más fuerte. En las últimas semanas, las pantallas de televisión se han llenado de escándalos políticos, y esto no sucede solo en Argentina. Claro que detrás de esto hay una estrategia golpista continental (lo cual sí debería ser entendido como un verdadero escándalo, pero no lo es). Ahora bien: la “política del escándalo” apoya también sus raíces en la propia dinámica televisiva, y como tal es capaz de devorarse a cualquiera que se acerque, incluso a los mayores “escandalizadores”. 

No parece éste un buen escenario para quienes dicen haber venido “cerrar la grieta” y a pacificar el país. Tener, día y noche, una televisión en la que la política se ha convertido en un show exaltado y grosero no podrá servir de sostén a la proclamada “nueva política”. Una vez puesta en marcha, esta máquina ya no se detiene, y habrá de alimentarse con lo que tenga a mano. Porque así es la televisión. 

Que alguien les avise.