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La tv nos
mira
Nosotros creemos que miramos televisión, pero en realidad
es ella la que nos mira.
En la historia de las imágenes hay un momento fundacional,
en el Renacimiento, en el que los artistas italianos inventan un nuevo método
para representar lo que se ve. Es decir, establecen un mecanismo y una manera para
que una imagen plana (pintada sobre una pared, una tabla o una tela) parezcan
tener profundidad. Ese mecanismo, esa manera “correcta” de dibujar, recibió el
nombre de “perspectiva”, que significa “ver a través”.
Todos tuvimos alguna vez algún profesor de dibujo que nos
torturó con este tema, que resumidamente funciona así: la imagen se organiza alrededor
de un punto imaginario desde el cual se va a mirar la escena. Ese “único ojo
inmóvil” es el “punto de vista”. Y todas las líneas van a confluir, en
“profundidad”, en un punto opuesto llamado “punto de fuga”. Además, la imagen
tiene un “marco” que la cierra y la contiene, o sea que es como si uno mirara “a
través de una ventana”). Es un método simple y efectivo. Tanto que se usó
durante siglos y todavía se sigue usando. La tecnología ha ido cambiando, pero
el modelo es el mismo: la cámara fotográfica, la cámara de cine y la cámara de
televisión se apoyan en el mismo esquema: un solo “ojo inmóvil” (la lente) que
mira a través de una “ventana”.
Pero todo esto es solamente una convención, una manera de
construir y mirar imágenes a la que nos hemos ido acostumbrando, que se ha ido
naturalizando. Y gracias a la cual percibimos profundidad y espacio donde solo
hay una superficie plana. En un ensayo muy conocido, publicado en el año 1927
(“La perspectiva como forma simbólica”[1]), el historiador del arte
Erwin Panofsky demuestra que la representación en perspectiva no es más “realista” que otros modos de representación.
Es decir: que la imagen en perspectiva “no se parece” al mundo real. Y no tiene
por qué parecerse, porque nosotros no miramos el mundo desde un punto, “con un solo
ojo inmóvil”, sino que lo miramos con dos ojos levemente separados (lo cual,
precisamente, es lo que nos permite percibir la profundidad). Y porque, además,
la imagen no se forma en nuestros ojos sobre “una superficie plana”, sino sobre
una cóncava. La “perspectiva es una forma simbólica”, concluye Panofsky, no una
cuestión óptica.
¿Y qué es lo que simboliza? ¿Qué mecanismos culturales se
ponen en juego desde el momento
histórico en que se ofrece al espectador, al mismo tiempo, una imagen y “un
punto imaginario desde el cual mirarla”? ¿Cuál es el sentido profundo de este
dispositivo visual, cuál es su metáfora, por qué ha perdurado en el tiempo? La
respuesta es: “el individuo”.
En efecto, en la pintura anterior al Renacimiento no existe
un lugar individual desde el cual mirar. No hay un “punto de vista”, ni en el
sentido óptico de la expresión ni en el sentido social (punto de vista como “opinión”).
En el fondo, el gran invento renacentista es la idea de “individuo”, tal como
la conocemos hoy. En el mundo medieval, la noción misma de “punto de vista” era
inimaginable, en el marco de una sociedad teocrática que reconocía como única
autoridad a Dios. Precisamente, al resquebrajarse la sociedad feudal se abre la
posibilidad de que aparezcan nuevos modos de “ver el mundo”, que van
prefigurando la cuestión de la “libertad individual”. La posibilidad del “individuo”,
que es capaz de sostener un punto de vista - opinión propios sobre el mundo.
Con la llegada de la fotografía, el punto de vista se
“industrializa”, y pasa a ser directamente el “punto de cámara”. Y con el cine,
además, se pone en movimiento. El espectador de cine es un “viajero”, cambia de
posición todo el tiempo, y además se mueve junto con la cámara. Y después la
televisión, en principio, sigue por el mismo camino. Aunque claro que no solo
las tecnologías han cambiado sino además las sociedades en su conjunto. Hoy en
día, el espectador del Siglo XXI se siente con una destreza y una competencia
tales sobre las pantallas, que no se conforma con un punto de vista artificial,
sino que necesita que todo el mundo se subordine a su mirada. Que ese punto de
vista sea “el centro del mundo”. O sea: el centro del mundo en el living de casa.
Y la televisión, entonces, nos mira, nos interpela, viene
a buscarnos. El espacio imaginario que crea la televisión ya no es “en
profundidad”, sino más bien “hacia el espectador”. Un espacio que se construye
entre ese conductor que me mira y yo. En ese sentido, la TV es más “barroca”
que renacentista: su expresividad es una herencia de la arquitectura del Siglo
XVII (con esas fachadas que engañan la vista y parecen moverse en juegos de cóncavos
y convexos). O de las figuras de Caravaggio, que parecen salirse de la tela y
venirse encima nuestro. O del teatro de Shakespeare, que ha inventado ese
recurso llamado “aparte”, en el que un personaje se acerca a los espectadores para
hacerles un comentario “confidencial”. En el cine, los personajes no deben “mirar
a cámara”. En televisión, por el contrario, todos miran a cámara y todos “hablan
a cámara”.
Así es: la televisión no se deja observar mansamente. Se
nos viene encima, con todos los recursos posibles. Tiende a salirse de la
pantalla. Y además, como parte de ese mismo movimiento, construye como escenario
principal del dispositivo, una y otra vez, al living de nuestra casa.