viernes, 20 de julio de 2018

La televisión no es lo que es (2)


Mirar la tele






¿Qué es “mirar tele”? Otra pregunta obvia. Y sin embargo no hay una sola respuesta, porque existen diferentes maneras de ver televisión. ¿Cómo actúa el “espectador”? ¿Qué pasa por su cabeza? ¿Qué sensaciones, emociones y deseos se ponen en juego? (¿qué configuraciones mentales, qué grados de atención, qué mecanismos de identificación o de rechazo?). La imagen arquetípica de Homero Simpson despatarrado en su sofá, con una “donut” o una lata de cerveza en la mano, no es la única referencia posible en este asunto.
Después de haberse acercado al fenómeno televisivo desde todos los ángulos posibles, los investigadores empezaron a ver que les faltaba estudiar lo más importante: nada menos que a los espectadores. Así es como surgen (con particular empuje en América Latina) los llamados “estudios de la recepción”. Por ejemplo, el muy interesante planteo de Orozco Gómez[1], que hace un inventario de los diferentes enfoques, actitudes o acciones que un espectador pone en juego cuando mira TV. Son las llamadas “televidencias”: “percibir, sentir, gustar, pensar, comprar, evaluar, guardar, retraer e imaginar con la televisión son actividades paralelas o simultáneas de un largo y complicado proceso mediático comunicacional”. Incluso podríamos ampliar este catálogo de televidencias a partir de algunas simples observaciones cotidianas. Porque mirar tele es también polemizar, jugar, confiar, competir, distraerse, compartir, participar, encontrar compañía, informarse, discutir, alentar, aprender, olvidar… (y cada uno puede ampliar la lista según sus propias experiencias).
Los primeros espectadores no miraban tele, miraban un programa. Es decir que, llegada la hora, se instalaban frente al televisor para mirar el programa que les gustaba, y le dedicaban a él toda su atención y su concentración. Al terminar, apagaban el aparato y se iban a hacer otra cosa. Todavía quedan algunos espectadores así, pero en general hoy uno enciende el televisor en cualquier momento y mira lo que hay (zapping mediante), asignándole a la pantalla una atención más difusa y lejana. 
Hagamos una prueba sencilla: observemos un poco a familiares o amigos (o a nosotros mismos) y podremos elaborar una verdadera tipología de espectadores televisivos: está el “ansioso” (que enseguida se aburre y no deja de hacer zapping en busca de alguna otra cosa); el “polemista” (que discute a los gritos con la tele sobre política, fútbol o lo que sea); el “solitario” (que deja la tele prendida durante horas sin mirarla ni escucharla, solo para sentirse acompañado); el “espectador social” (que prefiere juntarse con otros para mirar televisión y valora más los intercambios personales que los contenidos televisivos); el espectador “práctico” (que solo enciende la tele para ver la temperatura o la hora), por poner sólo algunos ejemplos.
De hecho, hoy se mira televisión en situaciones muy diversas, lo cual implica que hay diferentes maneras de “ser espectador”. Miramos tele en el almuerzo, la cena o el desayuno, pero también en la cama (solos o acompañados), en un bar, en el andén mientras esperamos el subte, en la sala de espera del médico y (a partir de las nuevas posibilidades que ofrecen el celular y la computadora) en incontables situaciones de nuestras vidas. Hay tantas maneras distintas de ver tele que la expresión “comunicación masiva” ya está dejando de tener sentido.
Además, entre el televisor y nosotros se despliegan ciertas tramas de sentido que, inevitablemente, van a modificar nuestra posición como espectadores. El investigador colombiano Jesús Martín-Barbero[2] ha estudiado estas tramas, a las que llama “mediaciones”: edad, sexo, condición social, educación, religión, pertenencia institucional, preferencias políticas y capacidades tecnológicas en relación con el medio. Incluso, ciertas marcas de nuestra historia personal que resultarían imposibles de enumerar, pero que también van a condicionar nuestro modo de ver televisión. La “comunicación masiva”, en ese sentido, es una utopía: la transmisión televisiva es la misma para todos, pero los “receptores” somos cada vez más diversos. La televisión “para todos”, la televisión masiva de los viejos tiempos, es aún un sector muy importante del negocio de los medios, pero convive con otras modalidades que promueven novedosas formas de consumo.
Más allá de los llamados “canales de aire” (otro anacronismo, porque ahora nos llegan por “cable”), existe otro universo televisivo que no es masivo sino más bien “sectorizado”. Los sistemas de televisión por cable y satelitales ofrecen a sus clientes distintos “paquetes” con diferentes programaciones y tarifas, lo cual contribuye a segmentar a los públicos (por ejemplo, a los amantes de las programaciones de deporte o de cine). Cada vez más, la “televisión masiva” se va desagregando en segmentos diferenciados. Hasta los horarios “marginales” de los canales grandes son aprovechados por diversas instituciones para contactarse con sus públicos particulares: congregaciones religiosas, sindicatos, la Policía, el Ejército, las Madres de Plaza de Mayo y varios más emiten su propia programación para “sus propios espectadores”. Los espectadores, por su parte, tienden también a apropiarse del medio de un modo “personalizado”, y eso es porque la tecnología ahora lo permite y la industria lo promueve.
     Y hay más: los televisores de última generación permiten al usuario “navegar” por distintos sitios y acceder así a emisiones televisivas “vía streaming”, de manera que cada espectador puede perfectamente armar su propia grilla de preferencias y evitar por completo, si así lo desea, a la vieja y tradicional “televisión masiva”. Si no hay más gente que lo hace, es sencillamente porque las costumbres y usos del consumidor siempre van más lentos que la presión renovadora que imprime la tecnología, con sus permanentes cambios. Crece también la oferta de televisión “on demand” y los sistemas tipo Netflix o similares (que permiten acceder mediante una cuota mensual a una amplísima variedad de películas y series), fenómeno que está reformulando de plano el concepto de “ver televisión”. Mediante la aplicación de determinados algoritmos, la industria audiovisual ha encontrado por fin la manera de “personalizar” la oferta de productos. Esto es: se nos ofrece un menú que no será igual para ningún otro consumidor, y que parecerá “personalizado” debido a que se nos muestran sólo los títulos que, por algún motivo, el sistema asocia con otros títulos que ya hemos visto.
Esta innovación aparece es una verdadera “gallina de los huevos de oro” para la industria audiovisual, que siempre ha lidiado con el riesgo empresario de tener que hacer grandes inversiones para un producto que quizás luego no tenga éxito de público. La tensión entre “innovación” y “standarización”, propia de las industrias culturales, se disuelve ahora bajo el peso de las innovaciones tecnológicas. Hemos entrado en la era de los “robots”, que resuelven al instante “qué me gustaría” ver en función de “lo que ya he visto”.
            Curiosamente, el cine (que ha sido paulatinamente marginado y expulsado de las grillas televisivas) retorna ahora con renovadas fuerzas a la “pantalla chica”. A esto se suman nuevas series de ficción, de variados estilos y géneros. La posibilidad de ver una película o una serie en el momento en que a uno le dé la gana, deteniéndose, volviendo atrás o avanzando a discreción, está construyendo, literalmente, un medio audiovisual distinto, con nuevos códigos y también nuevos “modos de ver”. Eso ya no es televisión (pero tampoco cine). Los relatos se ramifican, se extienden, se entrelazan, se lateralizan. Y el espectador “de elite”, aquel que reniega de la bulliciosa televisión de aire para refugiarse en los apacibles catálogos de cine y series, puede manejar sus tiempos y sus preferencias de consumo “a su manera”. Y así, en ese proceso que cada uno creerá individual y exclusivo, se comentarán luego socialmente esos relatos y se compartirán estas nuevas agendas de ficción entre espectadores de gustos similares. Y todo esto, muy lejos de la vieja y familiar “televisión”.









[1] Orozco Gómez, G.: Televisión, audiencias y educación, Norma, Bs. As., 2001, p. 39.
[2] Jesús Martín Barbero: Televisión y melodrama, Tercer Mundo, Bogotá, 1992.

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