¡Alerta!
La televisión es, también, un energizante. A intervalos regulares, ella nos pone en alerta. Sin aviso previo, acompañados por estridentes melodías, aparecen en la pantalla dramáticos carteles que advierten: “urgente”, “alerta”, “último momento”, “esto sucede ahora”, y cosas por el estilo. Esto, en los canales de aire y de noticias, sucede a lo largo de toda la jornada. No hay una lógica que permita interpretar cuáles son las noticias que merecen entrar en estos segmentos y cuáles no: el “alerta” puede deberse a un robo, un choque de autos, la separación de dos figuras del mundo del espectáculo. Puede ser, en realidad, una noticia cualquiera. Incluso un rumor sin confirmar.
¿Cuál es, entonces, la urgencia?
¿Por qué un canal de televisión se toma el trabajo de advertirnos, en tiempo
real, acerca de algún acontecimiento al que deberíamos prestar especial
atención? No parece haber otro motivo que la necesidad comunicacional de
mantener dispuesto al espectador, de no perderlo. Se trata de eso que Román
Jakobson llamó la “función fática”
del lenguaje: esa manera que tenemos las personas, cuando nos comunicamos, de
“chequear” si la comunicación está “funcionando” correctamente. De mantener
abierto el “canal”, sostener el contacto y prolongarlo (eternamente, si fuera
posible).
La televisión, en ese sentido, no
es visual ni sonora: es más bien “táctil”. Parece que no tiene nada demasiado importante
para decirnos (por lo menos no durante las veinticuatro horas de los
trescientos sesenta y cinco días del año). Si la televisión emitiera su
programación sólo el tiempo necesario para transmitir las noticias importantes
y brindar una cantidad razonable de entretenimiento y diversión a los
espectadores, bastaría con unas pocas horas al día. Como fue en los comienzos. La
televisión es “táctil” porque se centra
en el contacto y se conforma con él. Le alcanza con representar la situación de
comunicación en términos de “vos estás
todavía ahí y nosotros estamos siempre acá para vos”. La comunicación no es
lo que creíamos. El mayor flujo comunicacional circula, hoy en día, vacío de
contenidos. Del mismo modo que millones de personas nos enviamos a diario
mensajes de textos en los que “no nos decimos nada”, no intercambiamos
información, y nos conformamos con verificar que el otro está ahí en ese
momento. Que está “en contacto”.
Hay un programa del canal de
cable TN (“Todo Noticias”) que
ejemplifica muy bien esta cuestión. El programa se llama “Prende y apaga” y ha perdurado increíblemente en distintos
horarios, formatos y modalidades (también como un segmento dentro de otros
programas). Lo que el programa hace es esto: en algún momento de la noche y
algún lugar del país, una cámara de exteriores nos muestra, a la distancia, edificios
de viviendas, oficinas, parques y otros sitios. La mayoría de las veces usan
para esta producción cámaras de seguridad y ni siquiera envían un equipo
técnico al lugar. La cuestión es que el conductor del programa “juega” a tratar
de descubrir quién está despierto en ese sitio, quién está mirando el programa,
y quién está atento y disponible. Y pregunta: “¿Estás ahí? Si estás ahí
prendé la luz”. Si en alguna ventana esto sucede se celebra, con risas, aplausos
y felicitaciones, el milagro de la comunicación humana. En eso, básicamente,
consiste el programa.
Los vibrantes mensajes de alerta
en grandes letras y colores saturados son algo parecido. Una especie de palmada
en la espalda, un gesto que pide atención, una dosis recetada del mismo
energizante que muchos canales aplican desde temprano, cada mañana, cuando los conductores
nos avisan (con tono de excitación) que llegó la hora de levantarnos. De enfrentar
un nuevo día con ganas y optimismo. (“¡Arriba,
argentinos!”, se llamaba uno de estos programas).
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