lunes, 3 de septiembre de 2018

La televisión no es lo que es (7)


7.-

Mirar juntos


  
            En el comienzo, la tele se miraba en compañía. Con la familia, con los amigos, con los vecinos. Después, con el tiempo, los cambios tecnológicos fueron llevando al espectador hacia una posición crecientemente individual. Cada año, en mis clases universitarias de la materia Teorías de la Comunicación, yo solía hacer un pequeño “experimento”: les pedía a los alumnos que observaran cómo miraban televisión las personas que ellos conocían. Al poner en común los resultados, veíamos que la cantidad de televisores existentes en las casas en las que se realizaban las encuestas crecía cada año. Hoy, es común que las familias tengan más de un televisor: en el living, en la cocina, en los dormitorios (y no contamos acá las computadoras, tablets o teléfonos celulares en los que también se puede “ver televisión”).
Sin embargo, el ritual de juntarse a mirar tele con otros se mantiene vigente, en ciertas situaciones y modalidades que también han sido facilitadas por los cambios en las tecnologías y los modos de vida. Ya en el año 1978 la gente se juntaba en los cines (pagando una entrada, claro) para ver los partidos del Mundial de Futbol. En esos momentos, se estaban afinando las posibilidades de transmitir la televisión en color. De hecho, el campeonato era transmitido en color para el extranjero desde ATC (Argentina Televisora Color), pero en el país la transmisión fue en blanco y negro (solamente se emitió en color la final entre Argentina y Holanda, aunque nadie tenía todavía un “televisor color”).  Por ese motivo el negocio fue tomar la señal en sistema PAL y proyectarla en las grandes pantallas de los cines. Y vender entradas para “ver el partido”.
 De más está decir que las apacibles plateas de estos cines se transformaban, durante 90 minutos, en apasionadas tribunas futboleras, con “espectadores-hinchas” que alentaban con fervor como si los jugadores pudieran escucharlos, y con gorros, banderas y vinchas. 
Años después, cuando los canales de cable cobraban para ver los partidos de futbol “en codificado”, los “hinchas” volvieron a juntarse a ver los partidos: en grupos más grandes o más pequeños, con personas conocidas o con desconocidos, del mismo club o del contrario, en bares, pizzerías y otros locales, incluso en la verada de las tiendas de electrodomésticos. Recién en el mes de agosto de 2009, cuando el Estado se quedó con los derechos de transmisión del futbol argentino y puso al aire el ciclo “Futbol para todos”, los “hinchas” se separaron y volvieron a sus casas a mirar los partidos, cada uno por su lado. Ahí, en la soledad del hogar, donde a lo sumo llegaba cada tanto por la ventana el grito de algún vecino gritando un gol que no siempre era de nuestro equipo.  
            En realidad, existen otros muchos modos de “mirar juntos” la televisión. Por ejemplo, la tradicional cena familiar compartida o el almuerzo de los domingos frente al televisor, en los que habitualmente, además de mirar y escuchar la tele, se come, se bebe, se discute de lo que sea, se ríe, se grita y tal vez hasta se duerme unos minutos, en ese orden o en otros, alternativa o sucesivamente. También uno puede mirar la tele junto con su pareja, por ejemplo, desde la cama del dormitorio. O la cama de un hotel, en cualquier situación que cada uno se quiera imaginar.
En realidad, la misma tecnología que en su momento nos ha segmentado y separado como consumidores, tiempo más tarde ha permitido que nos volviéramos a juntar para “ver la tele”. En ese sentido, es paradójico que el consumo de sistemas televisivos del tipo “on demand” (que permite mirar películas y series en el momento en que uno quiera, y que promueve que cada usuario organice su consumo de manera individual) esté desatando también una especie de moda nostálgica de juntarse con la familia o con los amigos a “mirar una película (o una serie) juntos”, incluyendo tal vez pochoclos y ronda de mate. 
También las redes sociales están facilitando los consumos compartidos: no hay programa de la televisión argentina que no tenga su página en una red social, creada por la producción del programa o eventualmente por los “fans”. A esto se suma la profusa circulación de mensajes en las redes durante la emisión de los programas. ¿Qué está pasando con los espectadores? ¿Será que añoramos aquellas veladas compartidas con parientes, amigos y vecinos? Es posible. Lo seguro es que ahora solemos mirar los programas que nos gustan con la compañía virtual de decenas, cientos o miles de personas con las que estamos “en contacto”. Se trata de una nueva manera de ver televisión, que se populariza día a día, en la que el espectador mira el programa con la computadora o el teléfono celular a mano, y comenta con sus “amigos” (a favor, en contra, como sea) lo que está viendo y escuchando, en tiempo real. Y permitiendo, al mismo tiempo, que el programa en cuestión “llegue” incluso a quienes no lo están viendo ese momento.
Aunque parezca un tema menor, se trata de una potente expansión del dominio de los usuarios sobre el medio, que incluso parece acentuar el “poder” del espectador. Ahora, por ejemplo, al estar conectados “on line” con nuestros contactos, nos enteramos en tiempo real de lo que se está transmitiendo en otros canales incluso antes de hacer zapping. Esta modalidad, si se desarrolla aún más, puede terminar en un resultado sorprendente y paradójico: la aparición de un público “televisivo” super-actualizado y super-informado, que no tenga necesidad siquiera de encender el televisor para enterarse de las cosas, ya que le alcanzará con los ecos fragmentados del discurso televisivo que circulan por las redes.                            Y, al mismo tiempo, habitaremos un “living virtual”, compartido con otros miles de espectadores, en el cual “lo que hablamos entre nosotros” puede ser más potente que el “mensaje” que la televisión nos envía.

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