miércoles, 7 de noviembre de 2018

La televisión no es lo que es (13)



13.-

La televisión de la televisión

           
El lenguaje cinematográfico funciona sobre la base de ocultarse a sí mismo. En el cine, cuando se apagan las luces de la sala y empieza la proyección de la película, nos deslizamos en un estado distinto de conciencia, en una realidad diferente que es la de la ficción. Para eso, es necesario que aceptemos y “creamos” que “eso que vemos” es algo que está sucediendo ahí frente a nuestros ojos. Es decir: estamos dispuestos a olvidar que nos encontramos sentados en la butaca del cine viendo una película. Es por eso que ningún actor mira a cámara en el cine, si mirara se rompería la ilusión. Y es por eso, también, que deben ocultarse del ojo de la cámara los micrófonos, luces, trípodes y demás accesorios, ya que de verse en la pantalla le recordarían al espectador que lo que está viendo es una película.
La televisión hace todo lo contrario: nos recuerda todo el tiempo que lo que estamos viendo es “televisión”. Los micrófonos no se ocultan. Al contrario: se muestran ostensiblemente, incluso recubiertos por capuchones y “cubos” que exhiben el logo del canal. En la TV todos miran a cámara, casi sin parar. La televisión no oculta que es televisión, no se borra a sí misma para mostrar el mundo como si éste “existiera por sí mismo”. Lo que hace, más bien, es desaparecer el mundo para mostrarse ella en su lugar.
            Al “desaparecer el mundo”, proliferan los programas de televisión que muestran el mundo de la televisión. Esto es lo que se llama un “discurso meta-televisivo” (la tv hablando de la tv). Por las tardes, por ejemplo, están los programas de “chimentos”, que hacen referencia a personajes propios del universo televisivo. Son los llamados “mediáticos”. Hay acá una gran paradoja: la TV hace famosas a personas cuyo único mérito consiste en hacerse famosos. A este grupo se van sumando, a veces a los empujones, otras figuras provenientes de actividades diversas (médicos, abogados, exfutbolistas, políticos, actores, cantantes, bailarinas, esposas de futbolistas y un largo etcétera).  
            Los noticieros y programas periodísticos (que son, digamos, los géneros “informativos”) se contaminan también de esta oleada “meta-televisiva”. Empezando por las críticas de “estrenos televisivos”, o las notas sobre los resultados de las mediciones de “rating”, que suelen ser intervenciones auto-referenciales disfrazadas de noticias. Lo mismo puede decirse de cualquier cosa que hagan los “mediáticos” (o cualquier cosa que les hagan a los mediáticos). Por ejemplo: peleas, escándalos, engaños, difamaciones, abusos, embarazos, noviazgos, separaciones, firma de contratos, ruptura de contratos, internaciones urgentes, crisis de nervios, entre otras, que pasan a convertirse en “noticias del espectáculo”.
Algunos programas periodísticos o “de actualidad” se apoyan en una delgada capa de “realidad” para desplegar, desde allí, una interminable secuencia de “debates”, opiniones e interpretaciones. En ellos proliferan los “expertos” de todo tipo: psicólogos, abogados, forenses, ex policías, y toda una nutrida galería de “personajes”. En el tratamiento de los casos policiales, cuando todavía hay muy poca información para decir o mostrar, la TV despliega sin embargo todo un arsenal de recursos para atrapar al espectador. Un buen ejemplo de esto es el del “caso Ángela”, una chica que apareció muerta en un basural, en el año 2013. Desde los primeros días, la televisión empezó a emitir las imágenes (de baja calidad) de las cámaras de seguridad de la cuadra, en las que apenas podía verse, durante unos segundos, a una muchacha caminando que probablemente era ella. Se presumía que eran las últimas imágenes de Ángeles con vida. Y bien: hemos visto esas breves imágenes decenas, centenares de veces, durante semanas y quizás incluso meses, alternadas con paneles de “expertos” en cuestiones criminales, y entrevistas a todos los “involucrados”: la madre, el hermanastro, amigas, el encargado del edificio (un tal “Mangieri”, que finalmente fue declarado culpable del asesinato), el primo y la esposa del encargado y unos cuantos más. Un canal emitió, incluso, una entrevista al peluquero de la cuadra, quien declaró a las cámaras que Mangieri se cortaba el cabello en su local, y que “parecía una persona normal”. En definitiva: una inmensa oleada de interpretaciones y comentarios más o menos infundados, apoyados sobre una delgada capa de “realidad”.
            Pero, tal vez, el programa meta-televisivo que más ha dado que hablar en nuestro país ha sido “6, 7, 8”, emitido por la televisión pública hasta finales del gobierno de Cristina Fernández, y sacado del aire después de la asunción del presidente Mauricio Macri. Fue un programa “polémico” (palabra que le gusta mucho a la televisión) a tal punto que llegó a tener nutridos grupos de seguidores en las redes sociales, que además de mirar el programa promovían movilizaciones y encuentros de espectadores “auto-convocados”, que llegaron a reunir a decenas de miles de personas. Y también, desde la oposición política de la época, el programa recibió críticas explícitas que lo acusaban de promover cierta violencia sobre los opositores políticos y, específicamente, de agredir a algunos periodistas “que no piensan como ellos”. Los dos bandos que Umberto Eco llamó “apocalípticos” e “integrados” se actualizaron en torno al programa “6, 7, 8”, con renovados atributos. Los detractores se lamentaban de que hubiera, en la televisión pública, un programa “pagado con dinero de los contribuyentes” para “hacer política militante”, en tanto que los defensores celebraban que hubiera un espacio en la televisión para poder decir “todo lo que los monopolios que manejan la comunicación” ocultan y callan.  
En rigor de verdad, ni fans ni opositores estaban en lo cierto, ya que el programa 6, 7, 8 no hablaba de la realidad, sino que hablaba de la televisión (y de los medios en general). En el marco de la lucha contra los monopolios de la comunicación en la Argentina (particularmente el grupo Clarín) y de la defensa de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la producción del programa le imprimió siempre un fuerte tono crítico y político, pero el programa no hablaba de la realidad, hablaba del tratamiento que los medios le daban a la realidad.
La estructura del programa era más o menos así:
1.- Se presentaban extensos informes que mostraban, básicamente, fragmentos de otros programas de televisión, e incluso páginas de diarios, revistas o libros que además eran leídas por un locutor. O sea: se releía lo que otros medios decían sobre la realidad, o lo que ciertos personajes de la política decían sobre la realidad en otros medios. Fueron contadas las ocasiones en las que la producción sacó una cámara a la calle para capturar “imágenes del mundo”.     
2.- Después de cada informe, el grupo de panelistas estables (y eventualmente un invitado) comentaban extensamente lo visto, por supuesto que desde una perspectiva política y cultural bien definida.
En el fondo, esta estructura de programa no se diferencia mucho, en lo formal, de la de tantos programas de “chimentos” sobre el mundo del espectáculo. La diferencia, obviamente, está en el carácter fuertemente crítico que 6,7,8 desplegaba, algo que los programas del espectáculo no hacen. Porque 6,7,8 revisa el discurso televisivo para desarmar o “deconstruir” los modos de acción de la política en los medios, y los programas de chimentos “revisitan” la programación televisiva para seguir prolongando, en la medida de lo posible, su capacidad de “escandalizar” al espectador.
En el fondo, lo que hizo 6,7,8 fue (por primera vez en la televisión argentina) un trabajo de análisis del discurso “en vivo”. Bien visto, se trató de una actividad más “académica” que informativa. Los temas, noticias y “reflexiones” que los medios publicaban en la semana eran revisitados, puestos a la discusión de los panelistas, comentados, analizados, criticados, contrastados. Al menos en ese sentido, debería ser recordado por sus “fans” y sus detractores como un programa realmente innovador, una propuesta que pretendió configurar un nuevo “tipo de espectador”, menos ingenuo y más atento a las modalidades de los discursos que se les ofrecen desde la pantalla.  
Desde tiempos inmemoriales, el mundo del espectáculo es inseparable de la crítica. Ya el teatro griego, fundante de todos los espectáculos, tuvo como crítico “meta-teatral” nada menos que a Aristóteles. Pero en los tiempos que corren, por lo que parece, el espectáculo televisivo sólo acepta aplausos. Y cuando desde dentro de la televisión se critica a algún periodista, comunicador, actor o “mediático” (y ni que hablar si se trata del dueño de un canal) esto no es aceptado. Peor aún: es visto como “una agresión a los que piensan diferente”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario