13.-
La
televisión de la televisión
El lenguaje cinematográfico funciona
sobre la base de ocultarse a sí mismo. En el cine, cuando se apagan las luces
de la sala y empieza la proyección de la película, nos deslizamos en un estado
distinto de conciencia, en una realidad diferente que es la de la ficción. Para
eso, es necesario que aceptemos y “creamos” que “eso que vemos” es algo que
está sucediendo ahí frente a nuestros ojos. Es decir: estamos dispuestos a
olvidar que nos encontramos sentados en la butaca del cine viendo una película.
Es por eso que ningún actor mira a cámara en el cine, si mirara se rompería la
ilusión. Y es por eso, también, que deben ocultarse del ojo de la cámara los micrófonos,
luces, trípodes y demás accesorios, ya que de verse en la pantalla le
recordarían al espectador que lo que está viendo es una película.
La televisión hace todo lo
contrario: nos recuerda todo el tiempo que lo que estamos viendo es “televisión”. Los micrófonos no se ocultan.
Al contrario: se muestran ostensiblemente, incluso recubiertos por capuchones y
“cubos” que exhiben el logo del canal. En la TV todos miran a cámara, casi sin
parar. La televisión no oculta que es televisión, no se borra a sí misma para
mostrar el mundo como si éste “existiera por sí mismo”. Lo que hace, más bien, es
desaparecer el mundo para mostrarse ella en su lugar.
Al
“desaparecer el mundo”, proliferan los programas de televisión que muestran el
mundo de la televisión. Esto es lo que se llama un “discurso meta-televisivo”
(la tv hablando de la tv). Por las tardes, por ejemplo, están los programas de
“chimentos”, que hacen referencia a personajes propios del universo televisivo.
Son los llamados “mediáticos”. Hay
acá una gran paradoja: la TV hace famosas a personas cuyo único mérito consiste
en hacerse famosos. A este grupo se van sumando, a veces a los empujones, otras
figuras provenientes de actividades diversas (médicos, abogados, exfutbolistas,
políticos, actores, cantantes, bailarinas, esposas de futbolistas y un largo
etcétera).
Los
noticieros y programas periodísticos (que son, digamos, los géneros
“informativos”) se contaminan también de esta oleada “meta-televisiva”. Empezando
por las críticas de “estrenos televisivos”, o las notas sobre los resultados de
las mediciones de “rating”, que suelen ser intervenciones auto-referenciales disfrazadas
de noticias. Lo mismo puede decirse de cualquier cosa que hagan los “mediáticos” (o cualquier cosa que les
hagan a los mediáticos). Por ejemplo: peleas, escándalos, engaños,
difamaciones, abusos, embarazos, noviazgos, separaciones, firma de contratos,
ruptura de contratos, internaciones urgentes, crisis de nervios, entre otras, que
pasan a convertirse en “noticias del
espectáculo”.
Algunos programas periodísticos o
“de actualidad” se apoyan en una delgada capa de “realidad” para desplegar, desde
allí, una interminable secuencia de “debates”, opiniones e interpretaciones. En
ellos proliferan los “expertos” de todo tipo: psicólogos, abogados, forenses, ex
policías, y toda una nutrida galería de “personajes”. En el tratamiento de los
casos policiales, cuando todavía hay muy poca información para decir o mostrar,
la TV despliega sin embargo todo un arsenal de recursos para atrapar al espectador.
Un buen ejemplo de esto es el del “caso Ángela”, una chica que apareció muerta
en un basural, en el año 2013. Desde los primeros días, la televisión empezó a
emitir las imágenes (de baja calidad) de las cámaras de seguridad de la cuadra,
en las que apenas podía verse, durante unos segundos, a una muchacha caminando que
probablemente era ella. Se presumía que eran las últimas imágenes de Ángeles
con vida. Y bien: hemos visto esas breves imágenes decenas, centenares de
veces, durante semanas y quizás incluso meses, alternadas con paneles de
“expertos” en cuestiones criminales, y entrevistas a todos los “involucrados”: la
madre, el hermanastro, amigas, el encargado del edificio (un tal “Mangieri”, que
finalmente fue declarado culpable del asesinato), el primo y la esposa del
encargado y unos cuantos más. Un canal emitió, incluso, una entrevista al
peluquero de la cuadra, quien declaró a las cámaras que Mangieri se cortaba el
cabello en su local, y que “parecía una
persona normal”. En definitiva: una inmensa oleada de interpretaciones y
comentarios más o menos infundados, apoyados sobre una delgada capa de
“realidad”.
Pero,
tal vez, el programa meta-televisivo que más ha dado que hablar en nuestro país
ha sido “6, 7, 8”, emitido por
la televisión pública hasta finales del gobierno de Cristina Fernández, y
sacado del aire después de la asunción del presidente Mauricio Macri. Fue un
programa “polémico” (palabra que le gusta mucho a la televisión) a tal punto
que llegó a tener nutridos grupos de seguidores en las redes sociales, que además
de mirar el programa promovían movilizaciones y encuentros de espectadores “auto-convocados”,
que llegaron a reunir a decenas de miles de personas. Y también, desde la
oposición política de la época, el programa recibió críticas explícitas que lo
acusaban de promover cierta violencia sobre los opositores políticos y, específicamente,
de agredir a algunos periodistas “que no
piensan como ellos”. Los dos bandos que Umberto Eco llamó “apocalípticos” e “integrados” se actualizaron en torno al programa “6, 7, 8”, con renovados atributos. Los
detractores se lamentaban de que hubiera, en la televisión pública, un programa
“pagado con dinero de los contribuyentes”
para “hacer política militante”, en
tanto que los defensores celebraban que hubiera un espacio en la televisión
para poder decir “todo lo que los
monopolios que manejan la comunicación” ocultan y callan.
En rigor de verdad, ni fans ni
opositores estaban en lo cierto, ya que el programa 6, 7, 8 no hablaba de la realidad, sino que hablaba de la
televisión (y de los medios en general). En el marco de la lucha contra los
monopolios de la comunicación en la Argentina (particularmente el grupo Clarín)
y de la defensa de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la
producción del programa le imprimió siempre un fuerte tono crítico y político,
pero el programa no hablaba de la realidad,
hablaba del tratamiento que los medios le daban a la realidad.
La estructura del programa era
más o menos así:
1.- Se presentaban extensos
informes que mostraban, básicamente, fragmentos de otros programas de
televisión, e incluso páginas de diarios, revistas o libros que además eran
leídas por un locutor. O sea: se releía lo que otros medios decían sobre la
realidad, o lo que ciertos personajes de la política decían sobre la realidad
en otros medios. Fueron contadas las ocasiones en las que la producción sacó
una cámara a la calle para capturar “imágenes del mundo”.
2.- Después de cada informe, el grupo
de panelistas estables (y eventualmente un invitado) comentaban extensamente lo
visto, por supuesto que desde una perspectiva política y cultural bien
definida.
En el fondo, esta estructura de
programa no se diferencia mucho, en lo formal, de la de tantos programas de “chimentos”
sobre el mundo del espectáculo. La diferencia, obviamente, está en el carácter fuertemente
crítico que 6,7,8 desplegaba,
algo que los programas del espectáculo no hacen. Porque 6,7,8 revisa el discurso televisivo para desarmar o
“deconstruir” los modos de acción de la política en los medios, y los programas
de chimentos “revisitan” la programación televisiva para seguir prolongando, en
la medida de lo posible, su capacidad de “escandalizar” al espectador.
En el fondo, lo que hizo 6,7,8 fue (por primera vez en la
televisión argentina) un trabajo de análisis del discurso “en vivo”. Bien
visto, se trató de una actividad más “académica” que informativa. Los temas,
noticias y “reflexiones” que los medios publicaban en la semana eran revisitados,
puestos a la discusión de los panelistas, comentados, analizados, criticados,
contrastados. Al menos en ese sentido, debería ser recordado por sus “fans” y
sus detractores como un programa realmente innovador, una propuesta que
pretendió configurar un nuevo “tipo de espectador”, menos ingenuo y más atento
a las modalidades de los discursos que se les ofrecen desde la pantalla.
Desde tiempos inmemoriales, el
mundo del espectáculo es inseparable de la crítica. Ya el teatro griego,
fundante de todos los espectáculos, tuvo como crítico “meta-teatral” nada menos
que a Aristóteles. Pero en los tiempos que corren, por lo que parece, el
espectáculo televisivo sólo acepta aplausos. Y cuando desde dentro de la televisión
se critica a algún periodista, comunicador, actor o “mediático” (y ni que
hablar si se trata del dueño de un canal) esto no es aceptado. Peor aún: es
visto como “una agresión a los que
piensan diferente”.
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